martes, 25 de septiembre de 2012

abstracto

El sueño de un panorama extraño; una carpeta de diferentes tonos de marrón adornaba el suelo y la tela blanca rodeaba a la esfera brillante. Parecía obra de milagro que todavía se entonaran fragmentos de canciones. El pasado fugitivo apresaba y gran parte del lenguaje había quedado perdido en el ayer lejano.
A pesar de que la luna reinara el horizonte, el día ya no se distinguía de la noche. Los ojos miraban con detenimiento los alrededores repletos de objetos consumidos que alguna vez debieron ser árboles. Escasa era la fuerza que había para hacer lo que siempre: La observación a través del enorme vidrio y súplicas de perdón por algo no recordado. Los músculos estaban conectados a una serie de cables. A veces los brazos intentaban elevarse, débiles por la falta de movimiento.
Pasadas las horas, o días, quién sabe, algo arrebató el suelo. Un golpe por detrás. Las agujas conectadas en la piel se esparcieron por el lugar. La risa de una mujer y el arrebato al escuchar señales de algo que le resultaba familiar e incluso propio. Los pies quisieron levantarse aunque al no haber suministros que lavaran la sangre, cayeron; las piernas y manos temblaron como nunca antes mientras los ojos se retorcían… inconsciencia.
La sensación de un peligro oculto y cada vez más cercano influía sobre los pasos, desgastados por la arena añejada. En una de las esquinas estaba el reflejo lluvioso de puntos grises, con ruidos que podrían haber resultado inquietantes si no fuera por tanta inoperancia que había desembocado en el desinterés por todas las cosas existentes.
Algo distinto pudo divisarse… una luz anaranjada. Palabras intentaban pronunciarse para llamar a la figura extraña. La vista acabó en gritos y su eco. Lo que había sido excitante ahora se había convertido en temor, la oscuridad presionaba la sangre, el silencio era desgarrador y lágrimas escapaban de los ojos que aceptaban lo que veían porque estaban esperando despertar. Hubo un murmullo que transportó aquel destino prófugo hacia una noche anterior, perdida en los pensamientos: El borde de un abismo. La sensación del vértigo y pesadez corporal no daba lugar al retroceso. De nuevo, la risa actuó como despertador antes de que se produjera el comienzo de la caída. 
El tacto sobre aquella pared transparente terminó por desequilibrar las neuronas. El lugar comenzó a agitarse, eclipsado por una única razón de existencia: El escape eterno ante una sombra que amenazaba. 
La vuelta del reloj de arena y el nacimiento de nubes de polvo que poco a poco, volvían a iniciar la pesadilla universal.