martes, 22 de noviembre de 2011



I'm looking for the face I had before the world was made...
recuerdo

Una casa roja, flores azules sobre la ventana y un gato durmiendo sobre el tejado. El camino estaba marcado en su mente. Los ojos, conocedores de aquellas calles iluminadas por el sol de la mañana, perseguían las líneas blancas horizontales y a la numeración que aumentaba a medida que los pasos avanzaban.
Los dedos cansados deseaban con fuerza llegar al final y ello hacía al movimiento más veloz. El cuerpo sudado decidió tomar un respiro antes de proseguir.
Resultaba extraño que todavía no llegara. Acto seguido, tomó de su bolso el mapa arrugado, escondido entre otros papeles. Fijó la vista en el redondel que había dibujado en él con anticipación. Todo parecía desmentir las dudas.
¿Estaría dando vueltas en círculos? De nuevo observó la casa roja, flores azules sobre la ventana y un gato durmiendo sobre el tejado.
El sol, en lo alto, tampoco había cambiado. Atrapado bajo esa infinita esfera de una mañana que nunca se modificaría; sólo era un recuerdo.

lunes, 31 de octubre de 2011

Miedo a la oscuridad

(Luego de leer los textos sobre "Instrucciones" de Cortázar)

Cuántas veces nos hemos encontrado en nuestra habitación intentando combatir las madrugadas; las sábanas nos cubren hasta la garganta pero las extremidades de los pies están destapadas por el calor que nos sofoca. Tal vez, abrazamos una vieja almohada o apretamos con fuerza la tela que nos tapa.
Durante este tipo de noches, la oscuridad se torna asfixiante y el tamaño del cuarto se agiganta. El silencio toma de la mano al sonido y amenaza, haciendo que la más mínima interrupción sobresalte el cuerpo. Las puertas parecen disfrutar de bailar al compás de ráfagas de viento y cada tanto, golpean contra la pared. La soledad es inmensa, la indecisión sólo logra torturarnos y la mente se aprovecha para jugar trucos, helando la piel; induciendo el temor de realizar algún movimiento.
De nuevo, la apertura de la puerta. Todo parece ser desconocido. Podemos observar sin mucha distinción el pasillo. No muy lejos de él, el baño. Su puerta también está abierta y, en el fondo, un espejo. La horrorosa pesadilla sin sentido es alimentada por la imaginación.
De a poco realizamos leves desplazamientos, intentando entrar en razón. La necesidad de encender la luz... primero se destapa un pie. Al tocar el piso con éste y darnos cuenta de que nada ha sucedido, nos aliviamos (es seguro hacer lo mismo con el pie contrario). Inútilmente agrandamos los ojos y damos pequeños pasos (aún alertas) sin atrevernos a elevar demasiado el brazo ante aquella negrura que pareciera querer succionarnos.
Procurando rozar la pared, encontramos el botón deseado. Lo presionamos. Mientras el corazón incesante se calma, nos sentimos algo estúpidos por todo lo anterior aunque sabemos que no optaremos por volver a apagar la luz y todavía fijamos la desconfiada vista sobre algunos objetos, parpadeando disimuladamente hasta quedarnos dormidos.

sábado, 22 de octubre de 2011

; II

La noche parecía presionar con fuerza los músculos de los tripulantes. Gritos de dolor, indesición y angustia llenaban el interior de aquella máquina de metal que se estaba hundiendo. Las acciones eran entorpecidas por la sensación de un fin cercano, determinado por olas que daban a conocer el nuevo mar.

domingo, 9 de octubre de 2011

Führe Mich

"Destierro artificial"

Dos mechas, una vela. Dos almas en un solo corazón.

El vínculo que compartíamos mi hermano y yo era particular. Si uno se angustiaba, ambos llorábamos. Si alguno se hubiese lastimado, los dos habríamos sangrado.

Estábamos rodeados por un líquido mohoso que conformaba una especie de envoltura, el cual nos proporcionaba ciertas ventajas: de él nos alimentábamos como lo hacen los parásitos y, naturalmente, segregábamos nuestros desechos en éste, esperando a que fueran transportados hacia las afueras. También se podría decir que lo utilizábamos como una especie de fortaleza, convirtiéndolos en sus príncipes.
Desde nuestra concepción compartimos una misma “corona”. Ésta nos resultaba sumamente importante ya que era la encargada de bombear el líquido vital hacia el resto de nuestras extremidades; nos mantenía vivos… Y, a pesar de que la diosa nos considerara seres incapaces (aún) de lograr cualquier tipo de pensamiento lógico, nosotros sí teníamos noción de aquella situación que nos anudaba, oyendo con claridad todo lo que sucedía en nuestro alrededor.
Junto con el paso del tiempo fuimos formándonos, fortaleciéndonos. Ya éramos capaces de desplazarnos a lo largo de todo el lugar. Además provocábamos temblores en las paredes de nuestro palacio y, en consecuencia, podíamos notar sonidos que simulaban ser risas y manos divinas que intentaban acariciar nuestra cápsula.
Como en todo reinado, sólo podía haber un monarca. A un paso de la gloria, la lucha por el poder sembró discordia entre nosotros. Pero no importaba que tan fuertes fueran nuestras pretensiones, la decisión final no nos correspondía.
Sombras extranjeras nos estudiaban y nombraban algo así como una “ejecución cuidadosa”. Durante los días que siguieron a ese decreto, escaseó el alimento y el terror (acompañado por la duda) nos invadió. La depresión se incrementó cada vez más en todo el dominio (incluso en el exterior de nuestra tierra húmeda). Al parecer, el descontento provocó en nuestra deidad amada la negación de ingerir bocado.
Al fin de cuentas comprendimos que no se trataba del ser generosos o no; ninguno de los dos sobreviviría. Tampoco teníamos oportunidad alguna de realizar un contraataque, reencontrándonos en la desesperación. Algo nos aliviaba: la diosa se salvaría.
Así, esperamos pacientes el juicio… Las antorchas y los cuchillos estaban preparados para corromper nuestro escudo,  sin tener espadas que nos protegieran. Desterrándonos de nuestro trono; arrebatándonos la oportunidad de conocer el verdadero significado de estar vivos.

sábado, 8 de octubre de 2011

El pintor que no olvida

Frente a ellos, el perfil desdibujado;
su multitud de pie ante el cajón:
Canaletas decoraban los rostros y
también algunas muecas torcidas.
Allí el agua era avivada
por aquel temor antiguo de la partida,
del fin.
El opresor ahora vestía una corona
Trazado entre rosas y el húmedo pincel que olvida
(En realidad, la lluvia sólo recubría
la espesa obra anterior)
Pero
no logré observar tal retrato
ni chillar junto a las ropas negras.
Mi lápiz no dejaba de sombrear
las marcas que ensuciaron al río
manchado,
oscuro...
Sin borrador

martes, 27 de septiembre de 2011

Domingos

Domingo, te espero
junto a las gratas tardes que brindas.
Desde los chistes hasta la política; todo lo abarcas
al ritmo de viejos blues y
de abundantes comidas
servidas
sobre el rechinante rectángulo de madera
rodeado de sillas reunidas en familia,
vestido entre flores estampadas
en el mantel gastado.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Otra píldora




Después de todo, el hechizo podría haber sido roto.
La alarma anuncia otro día. Alimento. Transporte. La aguja corre sin tregua. La oficina. Teléfonos. Murmullos. Otra alarma da paso al regreso a casa. Más murmullos. Más teléfonos. Transporte. Oficinas ya lejanas. Alimento. Descanso servido en píldoras. La aguja corre sin tregua. 
La alarma anuncia otro día. Alimento. Transporte. La oficina. Teléfonos. La mujer del escritorio del frente discute con su supervisor (probablemente sean amantes, eso no importa) y crea un ambiente tenso. Los teléfonos ahora no pueden ser atendidos; son más interesantes los murmullos en eco de la discusión. Otras bocas simulan que nada sucede… Se oye la alarma que da paso al regreso a casa: Esta vez el lugar se vacía más rápido que lo normal. La aguja corre sin tregua. Anonimato masivo. Luego de media hora de espera, el colectivo llega repleto: intenso calor humano; desconfianza entre quienes están parados muy cerca; envidia hacia los que están sentados; una anciana sube y no le es otorgado un asiento. Una muchacha grita para que se lo den pero todos parecen –instantáneamente- inmóviles, sordos o dormidos. Seguido de esto, otra mujer de no más de cincuenta años también se une al transporte y mira fijamente a un joven que lleva auriculares, casi como desafiándolo para que le brinde el asiento que ocupa (para eso sí dice ser vieja); un hombre gordo habla solo… embotellamiento en la avenida Corrientes. La aguja corre sin tregua. Al fin, la parada. 
No hay tiempo para relajarse y la cabeza aún intenta descifrar un problema bancario que la empresa cobró equivocadamente. Cena: de nuevo el olvido por la compra de provisiones. Sólo quedan los restos gomosos de la pizza hecha hace dos días. Baño: una ducha rápida. Al pasar por el espejo crea un intento desesperado por no observar aquel rostro cansado, mirando hacia el agua que corre en el lavamanos. El tiempo pasa pero parece no haber tiempo, el tiempo pasa pero parece no haber tiempo (el descanso se ha convertido en delito). Píldoras para poder dormir.
La alarma no ha sonado. Es tarde, muy tarde, y no hay lugar para el desayuno. Los pocos ahorros que serían dedicados para una comida digna de fin de semana son gastados en un taxi. La aguja corre sin tregua. Al llegar a la oficina, una compañera recalca que las medias puestas son diferentes. Sudor. La reunión semanal con el jefe en la que nunca faltan las risas interesadas. Se hacen presentes personas que pretenden pisar el rostro de cualquiera para “elevarse”. Teléfonos. La alarma que da paso al regreso a casa: El falso rebaño escapa del camión. Náuseas... desmayo por baja presión.
Un rostro femenino despierta al hombre tendido en el piso. 
¡Qué bien se lo veía! Creo que mis enormes ojos, al compás del balbuceo, hicieron volverlo en sí... “Ya no seré el mismo, ya no seré el mismo” decía intensamente.
Ambos nos sentamos en un banco de la plaza Jean Jaurès. Le expliqué lo asqueada que estaba al notar que nadie había sido capaz de ayudarlo. Reanimado me agradeció (de manera algo exaltada) todo lo que había hecho por él. Me dio su teléfono y hasta propuso reencontrarnos en algún café de la zona. No lucía igual a esos hombres que intentan aprovecharse de una. Tenía aspecto de anciano sabio. Sin mucho que objetar, acepté alegremente la invitación. Deseaba conocer a alguien así hacía mucho.
Feliz.
No mucha gente puede decir que el desmayarse es algo positivo… yo sí. El día en que conocí a aquella muchacha, decidí volver a mi casa caminando. Tal vez me había encantado con su magia… ¿o había roto esa horrenda maldición rutinaria? El mundo tenía otro sentido para mí. Hasta puedo afirmar que aprecié los chistes de aquellos estúpidos programas televisivos chismosos y comí lo mejor posible. Luego, miré con gracia al reflejo de ese hombre viejo que estaba dentro del espejo. No hubo necesidad de tomar pastillas esa noche.
La gente a quien aborrecía ahora era una sombra. Ya no me molestaban las acciones ajenas y Buenos Aires parecía tan hermoso sin ellas…
A la salida del trabajo, casi transportado entre la masa que se movía por inercia en una sola dirección, llegué al café en donde encontraría a mi nueva amiga (si es que la podía llamar así).
La hora y el lugar eran correctos pero ella no aparecía. ¿Por qué? ¡No aparecía, no aparecía, no aparecía…! ¡Ella había aceptado con gusto!
Cada palabra pisaba los restos de la pequeña voluntad que esa misma niña le había inculcado. Desistiendo se entregó al falso rebaño, al anonimato masivo de sombras que otra vez no eran sombras sino espectros. Oficinas. Teléfonos. Murmullos fuertes, cada vez más fuertes. El descanso volvió a convertirse en delito a menos que fuera servido en píldoras, en píldoras, en píldoras. La alarma anuncia otro día. Alimento. Transporte. Y la aguja… y la aguja corría… y la aguja corría sin tregua…
Después de todo, el hechizo podría haber sido roto. 



viernes, 16 de septiembre de 2011

sábado, 10 de septiembre de 2011

Nuevamente aguardaba por ese atardecer que parecía nunca llegar. Hallé la mirada perdida en el crudo horizonte mientras mis manos se acariciaban.
Temblorosa, decidí quitarle vida al tiempo. Cerrando los ojos con fuerza y casi suspirando, invité a mi amante a presenciar aquella irritable espera.
En un principio, hundidos en un profundo silencio... Luego, ligeramente el viento me arrimo a él.
Dibujaba una amplia sonrisa en su rostro y la oscura mirada penetrante insinuaba sumergirse en las profundidades de mis pensamientos.
Dejé que me atravesara el vestido con sus manos: El tacto era certero, íntimo y preciso y ya había tajado muchos otros corazones. Su toque frío acabó en el desgaste de mi pecho... abriéndome lentamente la piel, arrastrando filosas yemas por la carne ansiosa, dando paso a un río de lágrimas rojas.
En el centro, el frágil órgano -una bomba hidráulica averiada hacía tanto- que inútilmente intentaba guiar esas aguas finitas.
Así, mi acompañante realizó un intercambio. Recostó mi cuerpo y lo abandonó pálido; utilizando su esencia para pintar de sangrienta escarlata el firmamento... llevándose consigo otra alma en pena.

Animal


Si fuera otro animal, sería tiempo.
En la mañana, el cantar junto a mis hermanos
clamando la espera de picos saciados...
Pichones apenas conocedores
de la intensa gracia del vuelo;
Espejo de futuros nidos vacíos.
La agridulce miel del mediodía
que terminaría tomándose de una única flor.
Tardes constantes
de la firme tarea obrera:
La recolección de frutos y hojas;
una cueva prevenida de inviernos
donde cachorros habrían de ser alimentados.
La pesadez del galope,
próxima
sobre una pradera que ahora es arena.
Final del día
No habrá barreras
para el oscuro abrazo que acompaña
al aullido ante el juicio 
de una luna ya lejana.

viernes, 9 de septiembre de 2011

El inmortal



"Existe un río cuyas aguas dan a la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren."

martes, 30 de agosto de 2011

Cuando los sueños no son distinguidos fácilmente...

Una historia que escribí no hace mucho: "Habitación 153".



Este cuento transcurre en un lugar algo apartado de la ciudad, dentro de un edificio bastante maltratado por el tiempo. En él podemos encontrar cientos de habitaciones muy parecidas entre sí. Cada una discriminada por un número en particular.
A la que se le dará mayor importancia será a la número 153. Allí se hallaba un hombre de mediana edad, con aspecto normal según los patrones de aquella sociedad, de estatura pequeña al igual que el resto de su cuerpo. Tenía pelo rubio, el cual le llegaba hasta los hombros y recubría gran parte de su cara; y sus ojos negros (con los párpados algo caídos) poseían una tenebrosa mirada que intimaba a quien se atreviera a observarlo de frente. Siempre esbozaba una sonrisa que lo hacía parecer seguro de sí mismo y conocedor de los más íntimos secretos habidos desde la concepción del mundo. No mantenía contacto con las personas, salvo con unas pocas que se acercaban a él. Tampoco le interesaba porque no esperaba la compañía de nadie, salvo de una mujer en particular.
Como una criatura recién nacida se sorprendía mucho con cada cosa captada por sus sentidos: el aroma despedido por esas desgastadas paredes; el frío crudo proveniente de las baldosas que chocaban contra los dedos de sus pies y le helaban el cuerpo; los débiles rayos solares posados en el centro de la habitación que acariciaban a nuestro personaje y lo hacían bailar.
Todos los días, caminaba alrededor de ese cuadrado numerado. Cada vez que llegaba a una esquina se sentaba en ella y comenzaba a jugar con sus pies grises que tenían apariencia de miembros anestesiados, y agrandaba sus ojos al máximo. Además estaba cruzado de brazos casi todo el tiempo (por causas que es mejor que el lector descubra), ya no siéndole necesarios. Luego de ese “recorrido” se acomodaba en su silla blanca. Ésta no era notada por la mayoría de los visitantes ya que su color se camuflaba con el resto del cuarto. En oposición a la silla había un escritorio de madera, no muy grande y, sobre él, un espejo.
Este último objeto causaba una singular atracción para nuestro personaje. Durante horas reflejaba su rostro y lo apartaba de aquella solitaria realidad. Esta vez, relucía más que nunca: su encantado espectador lo había limpiado especialmente para sumergirse aún más en él y contarle esa noticia que lo animaba. El hombre estaba completamente exaltado (a su manera) puesto que una de las paredes le había comentado que la única persona que él esperaba, después de tantos años de lejanía, iría a visitarlo; ya estaba preparado, desde hacía bastante tiempo esperaba aquel momento. No cometería ningún error… había planeado ello con suma dedicación.
Sin conocer el tiempo que le quedaba se propuso poner su obra en marcha. Miró nuevamente el brillo de sus ojos en el espejo. Los cerró y aguardó con la cabeza gacha, casi quedándose dormido. De un momento a otro oyó sonidos provenientes del pasillo. Después, pasos lentos. Una de las paredes le alertó la llegada, exponiendo golpes en la puerta que contenía. El hombre abrió sus ojos, extrañándose: el interior de aquel cuarto no parecía el mismo. Acto seguido, sus brazos se ubicaron a cada lado del cuerpo. La pared mayor lo felicitó por su buen comportamiento y le dijo “Podrás dejar de sentir la presión de tus extremidades mientras se haga presente la visita”. A pesar de ese permiso, el hombre no movió ni un solo músculo. En cuanto llegara esa persona, lo haría.
Un negro sacón penetró con delicadeza al cuarto 153. Llegaba hasta el piso y venía acompañado de guantes, un gorro de lana y una bufanda color verde oscuro que hacían juego con él. La dueña de todos ellos, una mujer de unos treinta y cinco años, caminaba hacia el escritorio intentando reconocer al hombre que estaba sentado junto a éste. Hola… dijo ella con una voz entrecortada que parecía encontrarse entre un estado de tristeza y el temor. Rozaron las mejillas del uno con el otro; en ese instante, él sintió un profundo deseo de que aquellas paredes parlanchinas le diesen uno de los tantos antídotos que nombraban para sedarlo por completo. “Entiende que fue por tu bien…” exclamó la mujer al borde de las lágrimas. La figura gris sólo se limitó a sonreír, siempre con la mirada hacia su reflejo. Él ya conocía esas palabras y hasta se podría decir, esperaba que fueran pronunciadas. La dama comenzó a tiritar e trataba de no derramar ni una sola gota de sus ojos mientras la culpa hacía cada vez más pesado su cuerpo.
El “propietario” de aquel cuarto se levantó de un salto (como alimentándose de esa situación) y abrazó con fuerza a la débil presa, haciendo un gran esfuerzo para acariciar el cabello de la visitante.
Habrán pasado de esta manera dos o tres horas, sin decir una palabra. Luego el silencio fue interrumpido… con tono sombrío el hombre pronunció de forma pausada “Me han dicho que pronto podré salir de este lugar, me han curado. Sin ti no sería posible; te necesito a mi lado”. La mujer, sonrojada, afirmó.  Entretanto, él prosiguió con su deseo: sigiloso tomó el espejo, besó a su acompañante lentamente y ella, confundida, observó las oscuras esferas de su amado.
Todo ocurrió en un instante. En cuanto la muchacha elevó los ojos, sintió que un fuerte dolor le invadía la cabeza. Pedazos de vidrio habían sido partidos contra su nuca. El hombre seguía sonriendo. Ya nadie lo tomaría por tonto, pensó. Posó sus labios sobre el cuello y lamió la sangre que caía en éste. Los chillidos cesaron y prensó al cuerpo ya muerto contra el piso. Luego estiró su lengua para dejarlo “en perfectas condiciones”.
Cuando las paredes se percataron del incidente se cerraron cada vez más hasta dejarlo inmóvil, lamentando haberle permitido tal libertad. El señor de la habitación 153 entendió lo que había hecho y lloró… lloró hasta que los ojos se le cansaron.
Como despertando de un estado de shock, abrió los ojos. Se alivió al ver intacto a su espejo y emitió una fuerte carcajada.
El cuarto blanco estaba preparado para recibir un visitante. Una enfermera le comentó al hombre sobre ello y minutos después se oyeron pasos, seguidos de una voz que exclamaba “¡Visita!” mientras un negro sacón penetraba la habitación 153.

"Crecer"

¡Hola a todos! Para estrenar este blog dejo un relato que escribí hace un par de meses y me gusta bastante ^^

Me encuentro en el medio de una montaña, ya casi llegando a su cima. Algo me ha detenido y no me es posible continuar en este momento.
Por más de que mi voluntad sea la de llegar arriba lo más rápido posible, mi cuerpo no es capaz de realizar un mero movimiento. Estoy débil, cansado. Mis piernas parecen dos bloques enormes de hielo que aparentan tener forma de músculos. Mis manos tomaron color similar a un azul muy oscuro. Hace semanas que no mantengo charla con otro ser humano y me limito a emitir palabras sueltas, sólo para no olvidar el lenguaje que manejo.
La oscuridad penetrante me rodea y el frío suprime mis sentidos, cada vez con mayor fuerza. Aunque mi cabeza no ha perdido del todo la cordura. Aún recuerdo... todavía mantengo en mente el fuego vital, la llama de la pasión que alguna vez hizo fluir con fuerza la sangre que transita por todo mi cuerpo y me abrigó; aquel dulce calor que con el tiempo quise alimentar delicadamente por temor a terminar como estoy a estas horas, y que, a pesar de mis intentos, se consumió de un momento a otro; Quedando así solamente el humo que le quitó lágrimas a mis ojos y aún nubla mi vista. Y cenizas, muchas de las cuales el espeso viento se llevó y otras pocas, retenidas en mis manos para no morir en el olvido... para hacerme rememorar que alguna vez estuve vivo.
Perdido, esa es la palabra. Lo que me llevó a alojarme en esta caverna no fue más que miedo. Afuera el día era radiante. El Sol, imponente, hacía lucir los paisajes llenos de verdes pastizales, flores, animales, sonidos que acarician, acompañan y lo invitaban a uno a seguir elevándose hacia el pie de la montaña, sin problemas. Pero no fue mi caso: aquella luz brillante me hacía sentir más miserable. La iluminación sólo me recalcaba la despiadada idea del rendimiento.
Le temí también a la noche. Esos ratos en los que los monstruos salían de sus guaridas para asustarme, para no dejarme dormir tranquilo. Aquellas bestias sin forma que parecían no interesarse en uno y, sin embargo, lograban hacerme sentir cómo me devoraban poco a poco, de manera cada vez más cercana...
Con tanto peso encima no encontré propósito para proseguir escalando y simplemente me escondí aquí. Un lugar en donde no existe el día ni la noche y los sentidos se confunden... ¿Acaso me estaré convirtiendo en otro monstruo? Adaptándome a estas viles tinieblas, apartándome del mundo como un cobarde.
A veces pienso que no sería tan malo volver al camino. Me imagino en aquella cima repleta de árboles frutales, agua fresca, olores extravagantes, ríos que se dividen y nos llevan a tomar diferentes caminos cada día. Lluvias copiosas que no entristezcan, que no inunden el cuerpo y, por el contrario, nos bañen y hagan danzar en ella. Sin que la blanca nieve del final lastime ni ráfagas que tumben el fino cuerpo.
Le pido a la experiencia que me haga más fuerte y no me abandone en este lugar; me alimente y reviva. Porque si antes pude recorrer mil caminos, por qué no subir esta montaña. Y así, sabiendo lo que no quiero para este trayecto, trataré de continuar, de perseguir el sueño y olvidar los estados del día, los monstruos y las adversidades, sin necesitar el refugio de una caverna.