sábado, 27 de octubre de 2012

el placer de ser títere

Los hechos eran claros: creía que tenía al mundo a sus pies con esa danza impecable y diálogos de primera calidad. Las luces volvían rojo su rostro, la música excitaba su cuerpo y los aplausos continuos, señal de aprobación, eran en realidad lo único que lo hacía confiar en sí mismo.
Lo que no sabía era que, como cualquier público, al poco tiempo se iría tornando insatisfecho y exigirían nuevas piruetas y actos de fantasía.
Poco a poco las ideas fueron desapareciendo y, ante la negativa, los pasos cambiaron. Ya no bailaba por sí mismo; en cambio hacía lo que la gente esperaba ver.
Así, mientras ovaciones y festejos se alzaban en la sala, hilos invisibles comenzaron a removerle el esqueleto que, función tras función, resultó en un cuerpo de madera que ya no tenía voz propia.