martes, 27 de septiembre de 2011

Domingos

Domingo, te espero
junto a las gratas tardes que brindas.
Desde los chistes hasta la política; todo lo abarcas
al ritmo de viejos blues y
de abundantes comidas
servidas
sobre el rechinante rectángulo de madera
rodeado de sillas reunidas en familia,
vestido entre flores estampadas
en el mantel gastado.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Otra píldora




Después de todo, el hechizo podría haber sido roto.
La alarma anuncia otro día. Alimento. Transporte. La aguja corre sin tregua. La oficina. Teléfonos. Murmullos. Otra alarma da paso al regreso a casa. Más murmullos. Más teléfonos. Transporte. Oficinas ya lejanas. Alimento. Descanso servido en píldoras. La aguja corre sin tregua. 
La alarma anuncia otro día. Alimento. Transporte. La oficina. Teléfonos. La mujer del escritorio del frente discute con su supervisor (probablemente sean amantes, eso no importa) y crea un ambiente tenso. Los teléfonos ahora no pueden ser atendidos; son más interesantes los murmullos en eco de la discusión. Otras bocas simulan que nada sucede… Se oye la alarma que da paso al regreso a casa: Esta vez el lugar se vacía más rápido que lo normal. La aguja corre sin tregua. Anonimato masivo. Luego de media hora de espera, el colectivo llega repleto: intenso calor humano; desconfianza entre quienes están parados muy cerca; envidia hacia los que están sentados; una anciana sube y no le es otorgado un asiento. Una muchacha grita para que se lo den pero todos parecen –instantáneamente- inmóviles, sordos o dormidos. Seguido de esto, otra mujer de no más de cincuenta años también se une al transporte y mira fijamente a un joven que lleva auriculares, casi como desafiándolo para que le brinde el asiento que ocupa (para eso sí dice ser vieja); un hombre gordo habla solo… embotellamiento en la avenida Corrientes. La aguja corre sin tregua. Al fin, la parada. 
No hay tiempo para relajarse y la cabeza aún intenta descifrar un problema bancario que la empresa cobró equivocadamente. Cena: de nuevo el olvido por la compra de provisiones. Sólo quedan los restos gomosos de la pizza hecha hace dos días. Baño: una ducha rápida. Al pasar por el espejo crea un intento desesperado por no observar aquel rostro cansado, mirando hacia el agua que corre en el lavamanos. El tiempo pasa pero parece no haber tiempo, el tiempo pasa pero parece no haber tiempo (el descanso se ha convertido en delito). Píldoras para poder dormir.
La alarma no ha sonado. Es tarde, muy tarde, y no hay lugar para el desayuno. Los pocos ahorros que serían dedicados para una comida digna de fin de semana son gastados en un taxi. La aguja corre sin tregua. Al llegar a la oficina, una compañera recalca que las medias puestas son diferentes. Sudor. La reunión semanal con el jefe en la que nunca faltan las risas interesadas. Se hacen presentes personas que pretenden pisar el rostro de cualquiera para “elevarse”. Teléfonos. La alarma que da paso al regreso a casa: El falso rebaño escapa del camión. Náuseas... desmayo por baja presión.
Un rostro femenino despierta al hombre tendido en el piso. 
¡Qué bien se lo veía! Creo que mis enormes ojos, al compás del balbuceo, hicieron volverlo en sí... “Ya no seré el mismo, ya no seré el mismo” decía intensamente.
Ambos nos sentamos en un banco de la plaza Jean Jaurès. Le expliqué lo asqueada que estaba al notar que nadie había sido capaz de ayudarlo. Reanimado me agradeció (de manera algo exaltada) todo lo que había hecho por él. Me dio su teléfono y hasta propuso reencontrarnos en algún café de la zona. No lucía igual a esos hombres que intentan aprovecharse de una. Tenía aspecto de anciano sabio. Sin mucho que objetar, acepté alegremente la invitación. Deseaba conocer a alguien así hacía mucho.
Feliz.
No mucha gente puede decir que el desmayarse es algo positivo… yo sí. El día en que conocí a aquella muchacha, decidí volver a mi casa caminando. Tal vez me había encantado con su magia… ¿o había roto esa horrenda maldición rutinaria? El mundo tenía otro sentido para mí. Hasta puedo afirmar que aprecié los chistes de aquellos estúpidos programas televisivos chismosos y comí lo mejor posible. Luego, miré con gracia al reflejo de ese hombre viejo que estaba dentro del espejo. No hubo necesidad de tomar pastillas esa noche.
La gente a quien aborrecía ahora era una sombra. Ya no me molestaban las acciones ajenas y Buenos Aires parecía tan hermoso sin ellas…
A la salida del trabajo, casi transportado entre la masa que se movía por inercia en una sola dirección, llegué al café en donde encontraría a mi nueva amiga (si es que la podía llamar así).
La hora y el lugar eran correctos pero ella no aparecía. ¿Por qué? ¡No aparecía, no aparecía, no aparecía…! ¡Ella había aceptado con gusto!
Cada palabra pisaba los restos de la pequeña voluntad que esa misma niña le había inculcado. Desistiendo se entregó al falso rebaño, al anonimato masivo de sombras que otra vez no eran sombras sino espectros. Oficinas. Teléfonos. Murmullos fuertes, cada vez más fuertes. El descanso volvió a convertirse en delito a menos que fuera servido en píldoras, en píldoras, en píldoras. La alarma anuncia otro día. Alimento. Transporte. Y la aguja… y la aguja corría… y la aguja corría sin tregua…
Después de todo, el hechizo podría haber sido roto. 



viernes, 16 de septiembre de 2011

sábado, 10 de septiembre de 2011

Nuevamente aguardaba por ese atardecer que parecía nunca llegar. Hallé la mirada perdida en el crudo horizonte mientras mis manos se acariciaban.
Temblorosa, decidí quitarle vida al tiempo. Cerrando los ojos con fuerza y casi suspirando, invité a mi amante a presenciar aquella irritable espera.
En un principio, hundidos en un profundo silencio... Luego, ligeramente el viento me arrimo a él.
Dibujaba una amplia sonrisa en su rostro y la oscura mirada penetrante insinuaba sumergirse en las profundidades de mis pensamientos.
Dejé que me atravesara el vestido con sus manos: El tacto era certero, íntimo y preciso y ya había tajado muchos otros corazones. Su toque frío acabó en el desgaste de mi pecho... abriéndome lentamente la piel, arrastrando filosas yemas por la carne ansiosa, dando paso a un río de lágrimas rojas.
En el centro, el frágil órgano -una bomba hidráulica averiada hacía tanto- que inútilmente intentaba guiar esas aguas finitas.
Así, mi acompañante realizó un intercambio. Recostó mi cuerpo y lo abandonó pálido; utilizando su esencia para pintar de sangrienta escarlata el firmamento... llevándose consigo otra alma en pena.

Animal


Si fuera otro animal, sería tiempo.
En la mañana, el cantar junto a mis hermanos
clamando la espera de picos saciados...
Pichones apenas conocedores
de la intensa gracia del vuelo;
Espejo de futuros nidos vacíos.
La agridulce miel del mediodía
que terminaría tomándose de una única flor.
Tardes constantes
de la firme tarea obrera:
La recolección de frutos y hojas;
una cueva prevenida de inviernos
donde cachorros habrían de ser alimentados.
La pesadez del galope,
próxima
sobre una pradera que ahora es arena.
Final del día
No habrá barreras
para el oscuro abrazo que acompaña
al aullido ante el juicio 
de una luna ya lejana.

viernes, 9 de septiembre de 2011

El inmortal



"Existe un río cuyas aguas dan a la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren."