lunes, 31 de octubre de 2011

Miedo a la oscuridad

(Luego de leer los textos sobre "Instrucciones" de Cortázar)

Cuántas veces nos hemos encontrado en nuestra habitación intentando combatir las madrugadas; las sábanas nos cubren hasta la garganta pero las extremidades de los pies están destapadas por el calor que nos sofoca. Tal vez, abrazamos una vieja almohada o apretamos con fuerza la tela que nos tapa.
Durante este tipo de noches, la oscuridad se torna asfixiante y el tamaño del cuarto se agiganta. El silencio toma de la mano al sonido y amenaza, haciendo que la más mínima interrupción sobresalte el cuerpo. Las puertas parecen disfrutar de bailar al compás de ráfagas de viento y cada tanto, golpean contra la pared. La soledad es inmensa, la indecisión sólo logra torturarnos y la mente se aprovecha para jugar trucos, helando la piel; induciendo el temor de realizar algún movimiento.
De nuevo, la apertura de la puerta. Todo parece ser desconocido. Podemos observar sin mucha distinción el pasillo. No muy lejos de él, el baño. Su puerta también está abierta y, en el fondo, un espejo. La horrorosa pesadilla sin sentido es alimentada por la imaginación.
De a poco realizamos leves desplazamientos, intentando entrar en razón. La necesidad de encender la luz... primero se destapa un pie. Al tocar el piso con éste y darnos cuenta de que nada ha sucedido, nos aliviamos (es seguro hacer lo mismo con el pie contrario). Inútilmente agrandamos los ojos y damos pequeños pasos (aún alertas) sin atrevernos a elevar demasiado el brazo ante aquella negrura que pareciera querer succionarnos.
Procurando rozar la pared, encontramos el botón deseado. Lo presionamos. Mientras el corazón incesante se calma, nos sentimos algo estúpidos por todo lo anterior aunque sabemos que no optaremos por volver a apagar la luz y todavía fijamos la desconfiada vista sobre algunos objetos, parpadeando disimuladamente hasta quedarnos dormidos.

sábado, 22 de octubre de 2011

; II

La noche parecía presionar con fuerza los músculos de los tripulantes. Gritos de dolor, indesición y angustia llenaban el interior de aquella máquina de metal que se estaba hundiendo. Las acciones eran entorpecidas por la sensación de un fin cercano, determinado por olas que daban a conocer el nuevo mar.

domingo, 9 de octubre de 2011

Führe Mich

"Destierro artificial"

Dos mechas, una vela. Dos almas en un solo corazón.

El vínculo que compartíamos mi hermano y yo era particular. Si uno se angustiaba, ambos llorábamos. Si alguno se hubiese lastimado, los dos habríamos sangrado.

Estábamos rodeados por un líquido mohoso que conformaba una especie de envoltura, el cual nos proporcionaba ciertas ventajas: de él nos alimentábamos como lo hacen los parásitos y, naturalmente, segregábamos nuestros desechos en éste, esperando a que fueran transportados hacia las afueras. También se podría decir que lo utilizábamos como una especie de fortaleza, convirtiéndolos en sus príncipes.
Desde nuestra concepción compartimos una misma “corona”. Ésta nos resultaba sumamente importante ya que era la encargada de bombear el líquido vital hacia el resto de nuestras extremidades; nos mantenía vivos… Y, a pesar de que la diosa nos considerara seres incapaces (aún) de lograr cualquier tipo de pensamiento lógico, nosotros sí teníamos noción de aquella situación que nos anudaba, oyendo con claridad todo lo que sucedía en nuestro alrededor.
Junto con el paso del tiempo fuimos formándonos, fortaleciéndonos. Ya éramos capaces de desplazarnos a lo largo de todo el lugar. Además provocábamos temblores en las paredes de nuestro palacio y, en consecuencia, podíamos notar sonidos que simulaban ser risas y manos divinas que intentaban acariciar nuestra cápsula.
Como en todo reinado, sólo podía haber un monarca. A un paso de la gloria, la lucha por el poder sembró discordia entre nosotros. Pero no importaba que tan fuertes fueran nuestras pretensiones, la decisión final no nos correspondía.
Sombras extranjeras nos estudiaban y nombraban algo así como una “ejecución cuidadosa”. Durante los días que siguieron a ese decreto, escaseó el alimento y el terror (acompañado por la duda) nos invadió. La depresión se incrementó cada vez más en todo el dominio (incluso en el exterior de nuestra tierra húmeda). Al parecer, el descontento provocó en nuestra deidad amada la negación de ingerir bocado.
Al fin de cuentas comprendimos que no se trataba del ser generosos o no; ninguno de los dos sobreviviría. Tampoco teníamos oportunidad alguna de realizar un contraataque, reencontrándonos en la desesperación. Algo nos aliviaba: la diosa se salvaría.
Así, esperamos pacientes el juicio… Las antorchas y los cuchillos estaban preparados para corromper nuestro escudo,  sin tener espadas que nos protegieran. Desterrándonos de nuestro trono; arrebatándonos la oportunidad de conocer el verdadero significado de estar vivos.

sábado, 8 de octubre de 2011

El pintor que no olvida

Frente a ellos, el perfil desdibujado;
su multitud de pie ante el cajón:
Canaletas decoraban los rostros y
también algunas muecas torcidas.
Allí el agua era avivada
por aquel temor antiguo de la partida,
del fin.
El opresor ahora vestía una corona
Trazado entre rosas y el húmedo pincel que olvida
(En realidad, la lluvia sólo recubría
la espesa obra anterior)
Pero
no logré observar tal retrato
ni chillar junto a las ropas negras.
Mi lápiz no dejaba de sombrear
las marcas que ensuciaron al río
manchado,
oscuro...
Sin borrador